El enfrentamiento que me permito describir a continuación fue una repetición de la lucha a muerte que hombres y animales libran desde el comienzo de los tiempos, batallas frecuentes en estos lugares de frontera que los humanos invadimos tratando en vano de dominar un territorio que no nos pertenece.
Comencé a recoger el campamento a eso de las nueve de la mañana, había dejado las puertas del carro abiertas para acomodar las cosas. Al ir a guardar la carpa noté un ruido extraño y me sorprendí al ver a un a pequeña ardilla encima de un paquete de pan que había dejado sobre el asiento trasero. Se sobresaltó al notar mi presencia pero para mi sorpresa no salió espantada del carro, al contrario me miró de manera desafiante y lanzó un chillido que similar al ruido que hacen los gatos antes de atacar.
Sin hacer movimientos bruscos y sin soltar la mirada profunda de esos ojos inyectados en sangre retrocedí. Llenándome de un valor que solo el olor de la muerte puede despertar en un hombre acorralado y sacando coraje de donde no tenia me agaché y tomé el frasco de gas anti-osos que había dejado bajo el asiento delantero.
Di unos pasos hacia atrás muy lentamente sin soltar la mirada hostil de esa fiera enloquecida por el hambre. Podía sentir su respiración cortada, su odio ancestral e indómito hacia los hombres. Estaba tan cerca de mí que notaba bajo su pelaje el latido frenético de su corazón palpitante. Sin que ella lo notara desenfundé el frasco, levanté el seguro y la enfrenté dispuesto a vaciar la carga mortal de gas de pimienta en esos ojos hinchados.
Según mis cuentas tenía gas suficiente para tumbar a 4 osos por lo que el efecto sobre una ardilla de 10 centímetros de altura tendría que ser notable. Al notar mi avance resuelto se echo para atrás y saltó del carro hacia el bosque, no sin antes lanzar su grito infernal y desafiante que me heló la sangre y que los árboles frondosos multiplicaron en un eco terrorífico.
Nota: los inútiles excesos verbales del fragmento anterior se pueden explicar por la lectura emprendida en las últimas semanas de libros de aventuras de Jack London y Joseph Conrad como entrenamiento para mi conquista del oeste canadiense.
Los estragos de la épica batalla se pueden ver sobre la pobre bolsa de pan de la foto
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