Monday, September 25, 2006

DIA 11 198km Parque Nacional Prince Albert - Saskatchewan

Al día siguiente me levanté sin afanes y a eso de la una de la tarde llegué en carro a la mentada zona sur occidental donde pacían los bisontes. En la zona de parqueo no encontré ninguna caseta ni guardia y no había ningún vehículo adicional, sólo una cartelera en la en donde hacían las tradicionales advertencias acerca de los osos, prevenían sobre los bisontes y recomendaban que los visitantes se registraran en un libro. Me pareció curioso ver en el registro que en los últimos 15 días casi nadie había estado en la zona y la mayoría de personas habían entrado en grupo. Mejor, me dije, así disfruto del bosque solo.

Comencé a caminar, casi siempre en una zona boscosa sobre unas colinas que de cuando en cuando cruzaba zonas planas de pastos largos. Pasaron una hora, dos horas de camino y a la tercera hora en la pradera me detuve a descansar con la certeza de que no vería los benditos bisontes por ninguna parte. En medio del cansancio me decía que me conformaba con un bisonte disecado al lado del cual me pudiera tomar una foto.

El paisaje era espectacular, había un sol radiante como siempre en estos últimos días y al fondo se veía un lago impecable. Emprendí el regreso contento pero algo derrotado y justo cuando estaba por entrar en el último tramo del camino en la parte boscosa los vi. Eran unos 5 o 6 ejemplares, más bien pequeños pastando en calma. Estaban a unos 30m del camino, lleno de nerviosismo me acerqué y saque la cámara para tomar las patéticas fotos que se pueden ver arriba.

Los perspicaces de siempre dirán: -Pero esas motas que se ven ahí no parecen ser bisontes, pueden ser vacas, que estafa. ¿Tanta parla para esto? Si, que pena, cuando traté de acercarme para tomar alguna imagen mejor parecieron notar mi presencia y se adentraron en los árboles. Igual quedé feliz, había cumplido mi objetivo y podía retornar en paz. Esperaba caminar unas 2 horas más hacia el carro, cerrando el círculo de 16km en total.

Llevaba poco caminando por entre los árboles sobre una antigua carretera abandonada cuando escuché a mi derecha un ruido como de ramas rompiéndose. Me detuve y poco a poco los ruidos fueron aumentando en cantidad y en volumen. Parecían ser varios animales de un tamaño apreciable que venían en mi dirección. La sensación que tuve en ese momento fue la misma que sienten los héroes de las películas de monstruos (Cf. Godzilla, King Kong) cuando la bestia se está acercando y solo se oye su sonido y se siente la vibración en el piso.

De un momento a otro, a unos 10 metros a mi derecha apareció el primer bisonte que se detuvo apenas me vio. Era un ejemplar mediano, imagínense a un toro bastante acuerpado con la altura de un caballo, con un pelaje generoso pardo y amarillento. Nos miramos de frente, como esperando a ver quien hacia el primer movimiento y los animales que andaban con él parecieron detenerse también aunque yo no los podía ver. Mi primer reflejo fue salirme del camino hacia mi izquierda y correr con todas mis energías en la dirección del carro pero el condenado bisonte pensó igual pues mientras yo corría y saltaba por entre los árboles sentía que él (y sus miles de compañeros me decía yo) corrían por el bosque en la misma dirección que yo pero al lado derecho del camino. Esta carrera duró menos de un minuto hasta que dejé de escuchar los pasos de las bestias. Salí de nuevo al sendero con el corazón el la mano mientras buscaba con la mirada alguna señal de los bisontes entre los árboles. En ese instante adelante, sobre la vía a unos 50 metros de donde yo estaba, salieron 2 ejemplares que se detuvieron por algunos segundos a mirarme.

Viéndolos sobre el camino me sentí totalmente vulnerable y me dije que carajos hacia yo solo en medio de este bosque desconocido, de donde me había dado por dármelas de boy scout a estas alturas del partido y que bien estaría yo ahora en mi casita de Montreal tomándome mi café de la tarde oyendo música.

Los bisontes se metieron a la izquierda del camino, seguramente temerosos de mí y decidí correr en dirección a donde habían estado (que era hacia donde yo me dirigía en un principio) haciendo ruido y llevando en la mano el famoso gas anti-osos. Corrí como nunca lo había hecho en mi vida, lleno de temor y gracias al cielo nunca mas los volví a ver o a escuchar. En el trayecto hacia el carro, que hice en casi media hora, nunca dejé de mirar hacia atrás caminando tan rápido como mi estado físico me lo permitía. Cuando llegué al carro me sentía como un superviviente.

A pesar del stress mi espíritu “científico” no me abandonó y tuve tiempo de mirar el reloj de medir las pulsaciones que me había colocado desde el principio de la caminata: 170 pulsaciones por minuto cuando estaba corriendo después de verlos por última vez. Me intriga ver cuantas pulsaciones por minuto alcancé justo en el momento del encuentro, apenas logre bajar la curva al computador la colocaré en esta página esperando que alguien pueda demostrar les efectos benéficos para el corazón y el potencial de quema de calorías del terror puro.

Ya en el carro emprendí el regreso de 2 horas de carretera destapada hacia el campamento y después de andados algunos kilómetros me encontré de frente con una de las tantas granjas de bisontes que hay ahora en Saskatchewan. Me vine a enterar después de cómo la cría de bisontes se halla en pleno crecimiento y su carne es más nutritiva y hay miles de bisontes cautivos y bla, bla, bla, bla.

-¡Hubieran dicho antes no joda! Le grité al firmamento con el puño en alto. En fin, un día increíble y tiempo para tomar un par de fotos.

Al volver a la entrada principal del parque le conté a la funcionaria el incidente de los bisontes y me dijo que esta época era peligrosa y que era mejor verlos en las granjas pues su comportamiento era impredecible.

¿No jodas, en serio? Es que como no hacen caso, en fin acá estoy riéndome del peligro y listo para repetir el paseo.

Volví a la zona de camping ya a oscuras y noté que ya no había ninguno de los otros lugares de camping ocupados, siendo un domingo de mediados de septiembre ya todos los locales habían vuelto a sus casas.

Hay 70 lugares disponibles y mi carpa es la única instalada en medio de los árboles. Maldito sea el momento en que escogí este lugar apartado, esta noche hubiera preferido el ruido de los borrachos y de las fogatas vecinas. Con la paranoia del día más agitado hasta el momento me comí un arroz con atún a medio y cocinar y me metí a la carpa a dormir aferrado toda la noche al que se había vuelto ya para mí el mejor amigo: el gas anti-osos. La noche fue larga y como es costumbre cuando se acampa me desvelaron una multitud de ruidos extraños del bosque.

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