Como dije ayer, al final del día encontré una posada atendida por una portentosa amazona con la cual trabé una amistad inmediata. Me senté a la barra y entablamos una charla sobre improbables aguas milagrosas animada por sorbos de una bebida alcohólica que los locales llaman con justeza “Agua de Fuego” debido al ardor que produce al deglutirla.
Al despedirnos me convidó a una ceremonia familiar que tendría lugar al día siguiente en la residencia adosada a la hospedería. Me levanté más bien tarde a causa del agotamiento de la jornada anterior, verifiqué que Alfonsina estuviese bien atendida en los corrales y me dirigí, ya cercano el sol de su ápex, a la mencionada reunión.
Estaban reunidos sus familiares y amigos cercanos a quienes fui introducido como “el valeroso viajero del Norte” y nos sentamos a manteles. Para mi extrañeza no encontré en el plato las proverbiales carnes de origen animal de todo tipo que suelen consumirse en estas latitudes sino un extraño brebaje, mezcla de aves y raíces desconocidas para mí, llamado “Axiaco” que para mi sorpresa sabía muy bien.
Ya terminada la cena pasamos a celebrar un ritual iniciático de lo más curioso y que le abre al visitante las puertas de la amistad de estas generosas gentes y que se llama “la Carga de los Bebés”. Había una angelical criatura nacida hace algunos meses y sus afortunados padres me la entregaron para que yo la alzara. La recibí con algo de temor pues es conocida su fragilidad, pero noté con alegría (y el no menos notorio respiro de alivio de los progenitores) que no me tenía miedo. Al sostener el delicado cuerpo entre mis brazos sentí una mezcla de alegría y tristeza que traía a mi memoria sensaciones olvidadas y de las que es mejor no hablar.
En estas ocupaciones y en otras discusiones adobadas por el alcohol se gastó un día al final del cual ya había olvidado yo el motivo de mi viaje a estas tierras.
Las 3 porciones del misterioso pero apetitoso brebaje aunado a las interminables libaciones de Agua de Fuego cobraron su deuda al finalizar la tarde y me llevaron a pasar un par de malos ratos en una fría y fétida letrina que se hallaba en el fondo del solar trasero de la posada.
Mi único consuelo es que encontré compañía para esta trágica diligencia en un libro ilustrado que se encontraba colgado de una puntilla en la puerta del retrete. Narraba las peripecias y tribulaciones de un exótico hombre-pájaro en alguna ciudad en las montañas del sur. Algún día indagaré más sobre las aventuras de este humildísimo y valiente héroe.
Este día avancé poco en la búsqueda del mentado quiromante pero descubrí que me puedo ganar la confianza de los locales y alcance a avistar la bondad de sus corazones transparentes y abiertos.
Daniel Barragán
1 comment:
Me río mucho con tus historias!! Espero la siguiente, urgente, por favor!!!
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