DIA 3 – Viaje a Colombia
Me levanté con la testa aun dando vueltas a causa las infusiones infernales ingeridas el día anterior y salí de afán a recorrer la ciudad dispuesto a recuperar el tiempo perdido. Dejé que Alfonsina dirigiera la ruta pues noté que conocía muy bien las calles estrechas de la zona antigua de la ciudad.
Cada tanto nos deteníamos a indagar por el paradero del Iluminado, cosa que descubrí rápidamente no seria fácil pues mis indicios eran tenues: sabia que se hacia llamar “Eos el Milagroso”, que tenía los ojos zarcos y que prestaba sus servicios en una de las tantas ferias que por esta época del año invadían la villa.
Al cabo de andar algunas leguas llegamos a un descampado en el cual se llevaba a cabo una extraña ceremonia de premiación de algunas justas. Había una gran multitud de personas de los más variados linajes, algunos congratulaban y vitoreaban a los triunfadores pero los más se agolpaban alrededor de un misterioso carruaje que distribuía una exótica bebida al parecer de gran valía. Las gentes se empujaban, se insultaban, se codeaban para lograr obtener una de las apetecidas copas. Confirmé lo que un amigo me había dicho antes y es el apego profundo que se le tiene acá a las cuestiones que se reciben sin cargo alguno.
Contemplaba extasiado el ajetreo y las luchas por conseguir el preciado (y gratuito) brebaje cuando un griterío distrajo mi atención. Noté con horror que en una zona descubierta de la plaza un pequeño crío que se había alejado de sus padres se debatía contra el ataque furioso de una nube de ratas voladoras ante la mirada impotente de sus progenitores.
Lancé a Alfonsina en un galope furibundo y batiendo a diestra y siniestra un bastón que portaba logramos espantar la jauría de pájaros hambrientos. Salimos rasguñados y maltrechos pero triunfantes; los padres con lágrimas de agradecimiento en los ojos se lanzaron a abrazarme y me ofrecieron aun caliente el bebedizo por el cual se habían debatido tanto. Lo empujé en dos tragadas y me sentí inmediatamente aliviado de las heridas y raspaduras y lleno de inesperadas energías.
Este incidente no dejó de impactarme y recordé con fruición los intentos heroicos que se han hecho por liberar a la ciudad de esta voladora plaga infame. Me cogió la noche en esta función y volvimos a la posada de nuevo con las manos vacías.
Daniel Barragán
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