En la primera noche al volver a la casa me doy cuenta que Frank nunca me entrego la llave de la entrada principal.
Golpeo la puerta, timbro con algo de desesperación pero mis compañeros de casa tienen una instrucción severa de no abrir nunca la puerta (y no contestar el teléfono, asumo que por temor a las inexistentes redadas de la policía de inmigración).
Los oigo murmurar en la cocina, siento sus pasos y su determinación de no abrir de ninguna manera. Llamo a Frank quien me tranquiliza diciendo que en algunos minutos llegará otro huésped quien me dejará entrar. En fin, no me puedo quejar, al menos ya ha dejado de nevar.
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