Wednesday, August 05, 2009

Hace poco una amiga me habló sobre el funeral de su abuelo, un hombre no muy apegado a sus hijos y más bien adusto. Uno de ellos al tomar el podio dijo lo siguiente:

"Mi papa fue un hombre que trató de hacer bien las cosas pero nunca lo logró; no fue un héroe pero tampoco fue un villano. No quiero que pase este momento dejándolos pensar que fue un hombre perfecto. Tuvo sus fallas pero trató de hacer lo mejor que pudo dadas sus circunstancias."

Suena refrescante pero no me imagino como otros miembros de la familia hayan asimilado estas afirmaciones. Me puso a pensar en la cantidad de funerales a los que he asistido y en lo poco memorables que han sido las palabras pronunciadas como parte del ritual religioso. Lo que recuerdo es la mención a hijos perfectos, padres trabajadores y mujeres abnegadas y creyentes.

Es lógico y muy respetable el hecho de que la familia del difunto solo quiera oír cosas positivas acerca de él.

El problema es que los discursos que los bien intencionados Párrocos recitan de memoria exaltando las virtudes del fallecido pueden terminar sonando vacios. A fuerza de soltar elogios las palabras van perdiendo intensidad y significado.

Esta escena de una película del carajo llamada "Shotgun Stories" resume lo que podría ocurrir si dejáramos que los corazones hablaran siempre en esos momentos de duelo:

Esta es mi traduccion de este discurso funerario completo (para el corto lo editaron un triz):

No podría dejarlos enterrar a este hombre sin decir algunas cosas antes.

Sé que todos ustedes están acá porque piensan que él fue un hombre bueno, pero no lo era.

Sólo porque dejaste de beber, te hiciste llamar Cristiano, te ganaste una nueva vida, comenzaste una nueva familia, eso no te hace un hombre distinto.

Este el mismo hombre que huyó de nosotros, nos abandonó para ser criados por una mujer detestable. Existió como si nosotros nunca hubiéramos nacido.

Esto es lo que este hombre era y por eso está rindiendo cuentas hoy.

1 comment:

JCV said...

Lástima que no estuvo en la misa de requiem del papá de una amiga común a la que por respeto no nombro. Además del círculo familiar del difunto, asistieron algunos miembros de la política local. El discurso hiperbólico y advenedizo de palabras desmedidas, rechinantes y predecibles no fue lo peor; por el contrario, fue el locutor, que no contento con no ser hijo sino sobrino, lo pronunció sin permiso, robándose la palabra y el derecho de esposa e hijos, en una desafortunada muestra del típico oportunismo de manzanillo de pueblo.