Monday, August 25, 2008

En este tiempo que llevo de mercenario del petróleo en Alberta he vivido en un total de 8 casas diferentes en 3 ciudades distintas. Desde inquilinatos de baja catadura hasta casas fantasmagóricas en el centro de Calgary lo he visto todo.

Hace unos meses empecé a camellar en un proyecto en donde creo voy a pasar unos buenos años y me estoy trasteando a un apartamento en una zona muy tranquila de la ciudad. Gozando de la buena vista y apreciando el calor de un buen lugar en el cual refugiarse entiendo el poder curativo y casi mágico de la buena arquitectura. Esta idea la encontré muy bien explicada en este libro excelente de Alain de Botton “The Architecture of Hapiness” o La Arquitectura de la Felicidad

Acorralado por un aguacero repentino el autor se ve obligado a cenar en un desabrido local de Mc Donalds en Victoria Street en Londres (traducción mía):

Los clientes comían solos, leyendo el periódico o mirando las baldosas marrones de las paredes.

Este entorno volvía toda idea absurda: que los seres humanos pueden algunas veces ser generosos de manera desinteresada., que las relaciones pueden algunas veces ser sinceras, que la vida vale la pena ser vivida… El talento verdadero de este restaurante era la generación de ansiedad. La luz brusca, el sonido intermitente de las papas fritas siendo ahogadas en barriles de aceite y el comportamiento atareado de los empleados tras el mesón inspiraban pensamientos acerca de nuestra soledad y la falta de sentido de nuestra existencia en un universo extraño y violento. La única solución era continuar comiendo en un intento por compensar la incomodidad que el lugar brindaba.

Agotado por la experiencia camina sin rumbo para entrar por accidente, unas cuadras más adelante, a una antigua iglesia bizantina (Westminster). Admirando las pinturas y esculturas centenarias, hipnotizado por el olor del incienso declara:

…La algarabía gratuita del mundo exterior había dado paso a la admiración y al silencio…Los visitantes instintivamente hablaban en voz baja, como sumergidos en un sueño colectivo del cual no querían despertar. El anonimato de la calle había sido derrotado acá por una peculiar sensación de intimidad. Todo lo profundo en la naturaleza humana parecía emerger: pensamientos sobre nuestros límites y el infinito, sobre fragilidad y trascendencia. Los muros de piedra hacían notar todo lo que era vacuo y nos empujaban a ser mejores personas.

Después de pasar diez minutos en la catedral un sinnúmero de ideas que hubieran sido inconcebibles afuera se volvían razonables. Bajo la influencia del mármol, de los mosaicos, de la oscuridad y el incienso parecía enteramente plausible que Jesús fuera el hijo de Dios y que hubiera caminado sobre el mar de Galilea. Ante la presencia de las estatuas de alabastro de la virgen María sobre olas de mármol rojo, verde y azul, ya no era inconcebible pensar que en cualquier momento un Angel descendiera de los cielos atravesando las densas y oscuras capas de nubes londinenses, entrara a la nave central a traves de una ventana, tocara una trompeta de oro e hiciera un anuncio en Latín acerca de un próximo acontecimiento celestial.

1 comment:

Anonymous said...

Museo Horta en Bruxelas?