Hoy por primera vez obtuve indicios serios del paradero de Eos y sé que se encuentra a menos de un día de camino. Saber esto me llenado de una agitación silenciosa pero a la vez me siento muy sosegado, no se como explicarlo.
Al finalizar la tarde entré a una posada en la cual se llevaba a cabo una celebración ruidosa en la que abundaba el baile, la música y mesas generosas ofrecían todo tipo de convites.
Me senté a manteles y lo primero que me fue ofrecido fue un líquido que venia entre un misterioso empaque transparente, tenía un sabor cercano al del agua pero con unas trazas distintivas de sabor metálico.
Llegué a preguntarme si tenía yo la suerte de estar bebiendo sin buscarlo el al iksir o Aab-e-Hayaat rejuvenecedor que algunas guías pregonaban. Desde la fecha en la que lo probé no he notado cambios mayores en mi fisonomía pero si puedo afirmar que este viaje me ha llenado de nuevos impulsos.
En seguida llegaron unas curiosas delicadezas que se adobaban con un líquido verdoso, me parecieron sabrosísimas, las llaman creo “empan-hadas”.
Estaba degustando estas y otras exquisiteces y empecé a notar la abundancia de mujeres en el recinto. Eran, como todas las que me he cruzado en estos pocos días de viaje, hermosas, impetuosas y con un apego a la vida que no dejo de envidiar.
Mujeres fuertes a quienes parece no pesarle la carga del mundo que se deben echar encima cada vez que varones indolentes las abandonan.
Mujeres mulatas, blancas negras y amarillas con ojos negros como el carbón o verdes como el mar que saben reírse de si mismas y de todo lo que no es grave en la vida.
Mujeres inteligentes que saben que los juegos irresponsables y las aventuras calamitosas que los hombres emprenden no llevan a ninguna parte.
Mujeres que sienten la música como si la llevaran adentro, que bailan con una sensualidad improbable. Debo anotar que para ellas el baile es una parte fundamental del cortejo y al hecho desafortunado de mi torpeza y falta de coordinación en la pista de baile debo el hecho -sin duda alguna- de haber pasado la noche solo.
Para mi tranquilidad mis entrañas parecían haberse acostumbrado a la catarata de sustancias insólitas que había consumido y no tuve inconvenientes digestivos. De todas maneras me fue difícil conciliar el sueño pues me sabía cercano a mi destino último y podía casi percibir la recompensa a esta búsqueda incesante.
Me veía ya yo de frente a Eos, interrogándolo, escuchándolo, sin saber como enfrentar a alguien que al final del camino no sería mas que la voz misma de mi conciencia.
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